¿Qué alternativas políticas debemos formar en Perú?
Recientemente en Austria, el presidente en funciones encargó al líder del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán) la conformación del gobierno en alianza con el Partido Popular. Lo resaltante del acontecimiento es que el FPÖ es de esos partidos europeos hoy en día catalogados como “ultraderecha”, frente a quienes las fuerzas políticas del establishment -por lo general liberales, socialdemócratas y socialistas reformistas- han acordado formar un “cordón sanitario” en “defensa de la democracia”.
¿A qué le llaman “cordón sanitario”? Se trata de un acuerdo entre partidos políticos para negar toda negociación o alianza con la “ultraderecha”, evitando que esta pueda llegar a formar parte del gobierno. Sin embargo, pese a las campañas mediáticas permanentes de las fuerzas políticas tradicionales austriacas, el FPÖ ha logrado tal alcance político que ya aparecen fuerzas políticas que no encuentran más remedio que negociar con los llamados “continuadores del nazismo” e ir aminorando sus campañas de estigmatización. Es la misma situación la que encontramos en Francia con la Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés) y en Alemania con Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán).
Hasta hace muy poco había un consenso total sobre su inadmisibilidad en la conformación de gobiernos de coalición, lo cual ya se comenzó a poner en duda. El año pasado en Francia, por ejemplo, el presidente del partido conservador Los Republicanos declaró la necesidad de hacer frente con la RN de Marine Le Pen, desde entonces, y tras los resultados de las últimas elecciones legislativas, ya se escuchan más voces que comienzan a admitir la posibilidad de conversar y negociar con la llamada “ultraderecha”. En el caso de Alemania, de manera bastante similar, debido al repunte de la AfD y su posible posicionamiento como segunda o primera fuerza política, ya muchos políticos comienzan a admitir que “en algún momento” se tendrá que conversar y llegar a acuerdos con este partido acusado de “ultraderechista” y “neonazi”.
En todos estos casos podemos observar que, frente a la estigmatización y persecución que han emprendido las fuerzas políticas tradicionales contra aquellos partidos que le son incómodos (aun siendo de derecha), ha sido su avance en la escena política nacional, su “vínculo” con las “demandas populares” y el respaldo de las masas lo que va haciendo retroceder todas estas campañas en su contra. Es más, con su auge electoral todas estas campañas se han intensificado, no obstante, estas fuerzas políticas siguen creciendo en adherentes y simpatizantes. Cada vez son más inmunes a la propaganda de desprestigio y los intentos por censurarlos o ilegalizarlos se enfrentan a una opinión pública cada vez más favorable. A esto se suma algo que alarma aún más a los partidos tradicionales: al encontrar en estos partidos a “representantes” de sus demandas, las masas se vuelven más receptivas no solo a lo que responde a su interés inmediato, sino también a la concepción política global de estas organizaciones, a su ideario político general.
Toda esta experiencia descrita no hace más que ratificar una tesis plenamente marxista: no son las narrativas las que imponen realidades, sino la realidad la que impone narrativas. El peso de la estigmatización y el éxito de la persecución política no se debe a la imposición de una narrativa que debamos combatir con otra narrativa, sino a la imposición de una realidad política, a la imposición de una clase o correlación de clases. En el Perú, esto parece ser algo olvidado o nunca comprendido cabalmente por cierto sector de marxistas, particularmente un sector que recoge el sentir de los ex-insurgentes que se han dedicado a las llamadas “luchas por la memoria”, “por la verdad” o similares. Curiosamente, en el caso de los partidos europeos mencionados existe poca labor dedicada a combatir la propaganda hacia un pasado con el que todo mundo sabe que simpatizan. Sus esfuerzos, más que dedicados a reivindicar algún pasado, están dirigidos a involucrarse con los problemas actuales de la población, a canalizar su descontento y perfilarse como una alternativa en la esfera política nacional.
Por más que tengan una narrativa propia sobre su pasado y quisieran generalizarla, no hay el menor intento por dedicarse a “desmentir” (bajo su concepción) la “versión oficial”, por el contrario, lo encuentran postergable y hasta innecesario, lo importante para ellos es posicionarse políticamente y, espontáneamente, su narrativa, aunque implícita, va posicionándose con ellos mismos.
Creer que la narrativa estigmatizadora –por ejemplo, el terruqueo- se combate oponiendo otra narrativa -“no somos terroristas”-, no es más que la clásica tesis idealista de combatir una interpretación con otra interpretación. Creer esto es perder de vista la base real sobre la que se ha constituido y fortalecido la estigmatización; es tomar la estigmatización y la persecución como punto de partida y no como producto, por tanto, es una crítica que se dirige a lo superficial y no a lo esencial, mientras que, en términos prácticos, se muestra incapaz de revertir la situación.
En palabras muy sencillas para cualquier marxista: la imposición de “una verdad” no es un asunto de narrativas, es un asunto de Poder, y solo es en el marco de esa lucha por el Poder que una narrativa puede derrocar a otra narrativa, solo en el marco de esa lucha y sus progresos es que una narrativa puede imponerse a otra narrativa. Pensar y orientar la lucha como si esto sucediera a la inversa es idealismo puro, no es marxismo. La estigmatización hacia los comunistas que existe hoy en el Perú y el mundo es “una verdad” impuesta políticamente y que solo puede ser combatida políticamente.
Tras el conflicto armado en el Perú y la derrota de las fuerzas insurgentes, ha tenido lugar una extensa e intensa campaña de estigmatización hacia los comunistas que alcanza en la actualidad hasta el Caso Perseo. Se trata de la imposición de una narrativa como producto de la imposición de una correlación política. Frente a ello, la actividad de una parte de los ex-insurgentes (y quienes recogen ese sentir) por resolver los problemas derivados de la guerra se ha llevado a cabo identificándose siempre con un pasado que, precisamente, es el que ha sido objeto de estigmatización y persecución. Lejos de ocuparse de constituir una organización que tenga como prioridad posicionarse políticamente, se ha caído tan solo en la formulación y defensa de una narrativa: no fue terrorismo, no somos terroristas. Justamente esa identificación, frente a una reacción victoriosa que ha impuesto un relato desde hace mucho, es la que ha impedido que se conforme la alternativa que, luego del fracaso, debía posicionarse políticamente para contrarrestar esa estigmatización y contener la persecución. Pues incluso la libertad de los presos políticos, una de las razones por las cuáles había que mantener y defender dicha narrativa, debía comprenderse como la consecuencia del posicionamiento político de las fuerzas que los representan, antes que por la difusión de una narrativa que pueda “convencer” a la gente y a los políticos de turno.
Así ha sido siempre en la historia contemporánea y lo podemos ver hoy en nuestro país, por ejemplo, con el caso de Vladimir Cerrón, quien, pese a una intensa persecución en su contra, viene siendo exculpado por los tribunales. Antes que por su inocencia o culpabilidad (y ya vimos que pueden declararte culpable incluso sin pruebas, como en el Caso Perseo) o por alguna especie de negociado, Cerrón logra estas resoluciones porque posee una fuerza política que, por pequeña que sea, debe ser considerada por todo juez, magistrado, funcionario o partido en la búsqueda de sus intereses particulares. De este modo logra contener la persecución con relativa efectividad. Y es así, ese posicionamiento político puede romper los frentes contrarios, como hoy lo están haciendo los partidos mal llamados de “ultraderecha” europeos.
Cuando los comunistas se constituyen en una fuerza considerable y activa en la política nacional, los mismos funcionarios o partidos burgueses se ven en la obligación de favorecerlos de una u otra manera para lograr sus objetivos de facción. ¿Acaso no fueron los imperialistas alemanes quienes permitieron la llegada de Lenin a Rusia después de la Revolución de Febrero? Esos son los resultados del posicionamiento político. Por una parte, barre con la estigmatización y, por otra, puede contener en cierta medida la persecución. Por esta razón llega un momento en que la institucionalidad burguesa ya no puede resistir y tiene que dar lugar a las medidas extra-institucionales, a la persecución ya no en el marco de la ley, sino fuera de esta. A esto último le corresponde una reflexión aparte.
Esto de oponer una narrativa contraria a la estigmatizadora puede ser ciertamente loable y bien intencionada, es, como suelo decir, democrática, pero no es marxista. Por ello no es de sorprender que en la actualidad en el Perú haya un gran público académico crítico con la versión oficial del Estado sobre el conflicto armado interno, pero que están muy lejos de coincidir con una postura revolucionaria. Vemos que personalidades como Hildebrandt y afines se pronuncian en contra del caso Perseo sin que sus palabras vayan más allá de la ratificación del orden existente y, justamente, desemboquen en la defensa de lo establecido social y constitucionalmente.
Esta postura, pues, no representa realmente un peligro para lo establecido por dos razones: 1) al no plantear una lucha en términos de posicionamiento político, sino solo de defensa de las “libertades democráticas”, no combate realmente la causa de la estigmatización y la persecución, quedando solo en expresión de buena voluntad y 2) al no cuestionar ni perfilar la lucha hacia esa base política en la que se cimienta la estigmatización, no dirige la atención y los esfuerzos hacia la conformación y fortalecimiento de un movimiento que, portando ese mismo ideario, pueda abrirse paso en la política nacional imponiendo su propia narrativa, en el caso peruano, la narrativa de los comunistas. En el fondo, esto último no es de su interés, por eso todo queda tan solo en la mera denuncia, en una proclama sobre lo que debería ser justo. La postura “democrática” es, pues, a fin de cuentas, burguesa, y no supera ese marco.
Entonces, ¿qué deben hacer los comunistas si quieren realmente combatir la estigmatización y contener la persecución política? Deben posicionarse en la vida política del país como una fuerza permanente y programática, sin reivindicar nostálgicamente ningún pasado, sino constituyéndose como una alternativa para el presente y el futuro, como diría Marx (parafraseando la Biblia), ¡dejando que los muertos entierren a sus muertos! Para esto es necesario que centren sus esfuerzos en constituir un organismo que les permita esa participación política, pero una participación basada en la más alta cohesión ideológica, algo que no conoce en la actualidad (y hace muchas décadas) la vergonzante izquierda peruana. Solo ese tipo de posicionamiento podrá ir ganando la conciencia y el respaldo de las masas, así como los espacios institucionales, de tal forma que la estigmatización retroceda y la persecución sea contenida lo más posible. Y decimos “contener” la persecución política, no acabar con ella, porque todos los marxistas sabemos que ni aun el estado burgués más democrático deja de ser una dictadura de la burguesía y que, como lo dijimos líneas arriba, una vez que el marco constitucional no pueda frenar dicho avance, la reacción recurrirá a sus armas no-institucionales.
Esta fuerza debe ser –como diría Nietzsche- ingrata hacia el pasado y firme en reconocer un solo derecho: el derecho de lo que ahora va a nacer. Que la izquierda vergonzante y confundida siga distraída con la estatua de Pizarro y “María Maricón”, nosotros construyamos, poco a poco, acumulando “fuerzas a través de un largo periodo de lucha legal” (Mao), con cohesión y consolidación ideológica, esa organización que será el arma de nuestro posicionamiento político, y de este modo lograr lo que aquellos que viven de glorias pasadas (aplica para toda la izquierda peruana) no han podido lograr: el posicionamiento de una fuerza verdaderamente socialista en la política nacional. Todo ello teniendo en claro que el marxismo no opone narrativas, sino un programa, es decir, una práctica en donde nuestra narrativa, de la mano y con consecuencias directas de movilización y organización, se va imponiendo con cada progreso en la lucha por el Poder.
Título original: Estigmatización, Persecución Por Ideas Y Posicionamiento Político
Escrito por Juan Pablo Ballhorn